—Diana, ésta es nuestra casa y nosotros ponemos las reglas. ¡Si te decimos que tienes que estar de regreso a las nueve, ésa es la hora de entrar por la puerta! No hay nada más que hablar —gritó.
Su casa, no li mía, pensé. Por un momento me ardieron los ojos y pensé que iba a llorar, pero logré controlarme, sonreí y dije bajito mirándolo a los ojos:
—Trata de oligarme.