Corrí a la acera y comencé a meterlo todo en la mochila. Bueno, traté. Los tubos de pintura se me escurrían entre los dedos, los pinceles se trababan en los huencos de la acera y la botella de agua se alejó rodando.
—¡Qué porquería! —dije, tratando de alcanzarla.
Fue en ese momento que me di cuenta de que alguien estaba parado al final de la pared. Levanté la vista. Tragué en seco. Era un hombre con un bate de pelota en la mano.
—Pensé que te iba a encontrar aquí esta noche —me dijo.